14 agosto 2012

LA PRIMERA PIEDRA

La colocación de la Primera Piedra es un acto simbólico, tradicional y solemne, que se realiza con ocasión del inicio de una obra especial. En la actualidad, es un acto del que hacen uso principalmente las instituciones con motivo de la construcción de edificios públicos, pero también algunas entidades privadas conmemoran con solemnidad la colocación de esta “Primera Piedra”, acto con el que se pretende comunicar a la sociedad el inicio de una obra esperada y hacerla partícipe durante el acto del inicio de la misma.

A día de hoy, los actos institucionales de colocación de la primera piedra consisten en lo siguiente: se reciben los invitados y autoridades, se dan explicaciones a cargo de algún técnico responsable (muchas veces el arquitecto) ayudándose de soportes visuales, se realiza un acto institucional con discursos del anfitrión y las autoridades invitadas, se coloca la primera piedra, hay un aperitivo o cóctel y por último, la despedida.

Donde se prevea la colocación de la primera piedra, suele colocarse una mesa sobre la que se dispone una urna o recipiente de diseño del tamaño del hueco que se hace en la piedra para introducir la urna.

Según la tradición, las autoridades o anfitriones que presiden, se acercan a la mesa para introducir, en presencia de los invitados, una serie de elementos. Los más comunes son los siguientes: un acta que recoge el momento de colocación de la primera piedra, documento en el cuál se hace alusión al día, lugar e instalación que se va a construir y a las autoridades que están presentes en la ceremonia, así como el nombre de la autoridad o anfitrión que preside el acto; la primera página de diferentes periódicos; y monedas de uso corriente. Además, algunas autoridades que así lo desean, así como otros invitados, suelen introducir otros elementos.

Tras la introducción de los detalles en la urna por parte de las autoridades (de menos a mayor rango), y de otros invitados (si procede y si los organizadores lo estiman conveniente) se cerrará la urna y la autoridad o el anfitrión que presida la depositará en el hueco de la piedra previamente preparada y dispuesta sobre el suelo, que suele contener una inscripción. Se tapa con una palada de cemento. La piedra se puede quedar ahí o bien, enterrarse sin más.

Hay que procurar ser innovador en la organización de este tipo de actos, sin perder la parte tradicional, que es la esencia del acto.

Leemos en “Las afinidades electivas” de Johann Wolfgang Goethe, publicado en Alemania en 1809, un acto solemne de la colocación de la Primera Piedra de carácter privado. Su interés radica en que hay algunas cuestiones en la ceremonia que no se suelen hacer en la actualidad, tal es el caso de permitir que los invitados que así lo deseen puedan introducir elementos en la urna:

“Todavía queda aquí sitio, si cualquier huésped o espectador tuviera gusto en transmitir algo a la posteridad.

Después de una pequeña pausa, el obrero miró en torno a sí; pero como suele ocurrir en tales casos, nadie estaba preparado, todos quedaron sorprendidos, hasta que, por fin, un joven y alegre oficial comenzó y dijo:

-Si debo contribuir con algo que no haya sido aún depositado en este tesoro, tengo que arrancar un par de botones de mi uniforme, que muy bien merecen pasar también a la posteridad.

Dicho y hecho, y entonces tuvieron muchos la misma ocurrencia. Las damas no retrasaron en depositar sus peinetas; no fueron economizados frasquitos de olor y otros ornamentos (…). Tras esto, el anfitrión ordenó que la bien ajustada tapa fuera enseguida colocada y pegada”.

En “Las afinidades electivas”, podemos ver cómo es la anfitriona la que fija en primer lugar la piedra a la tierra y posteriormente otros invitados la siguen haciendo lo mismo:

“Tendió entonces el albañil su llana a la anfitriona, la cual echó cal con ella bajo la piedra. Se exigió a varios que hicieran lo mismo, y la piedra fue pronto colocada; tras lo cual, también el martillo fue entregado en el acto a la anfitriona y a los restantes para que consagraran expresamente la unión de la piedra con el suelo mediante un triple golpe”.

Presento a continuación el fragmento de la obra de Goethe:

“Los más distinguidos fueron invitados a descender a lo excavado, donde la piedra fundamental, sostenida por un lado en alto, estaba justamente dispuesta para ser asentada. Un bien ataviado albañil, con la llana en una mano y el martillo en la otra, pronunció en verso un gracioso discurso.

-Tres cosas hay que considerar en un edificio (comenzó diciendo): que se alce en lugar adecuado, que esté bien cimentado y que esté perfectamente acabado. Lo primero, en realidad, es cuestión del propietario; pues así como en la ciudad sólo el príncipe y la municipalidad pueden determinar dónde debe construirse, así también en el campo es privilegio del dueño de la tierra el decir: aquí y no en otro lugar, ha de alzarse mi morada.

Lo tercero, la terminación, es cuidado de muchos oficios; hay, en efecto, muy pocos que no cooperen en ello. Pero lo segundo, la cimentación, es asunto del albañil, y podemos decirlo arrogantemente, es el asunto capital de toda la obra. Es una cuestión seria, y nuestra invitación es también seria, pues esta solemnidad se celebra en lo profundo. Aquí, en el interior de esta estrecha excavación, nos hacen ustedes el honor de ser testigos de nuestra ocupación misteriosa. Enseguida colocaremos esta bien tallada piedra, y muy pronto estos fosos de tierra, adornados ahora con tan bellas y dignas personas, no serán accesibles; estarán colmados. Esta piedra fundamental, que con su ángulo designa el ángulo derecho del edificio, con su corte rectangular la regularidad del mismo, con sus caras horizontales y verticales la plomada y el nivel de todos los muros y tabiques, podría sin más, ser asentada, pues quedaría firme con su propio peso. Pero tampoco aquí debe faltar cal, medios de unión; pues así como las personas que se inclinan por la naturaleza una a otra, aún están mejor unidas cuando la ley las encadena mutuamente, así también las piedras, que ya se acomodan por sus formas, se juntan aún mejor con estas fuerzas litigantes; y como no sería propio estar ocioso entre gente activa, no desdeñarán tampoco ustedes ser aquí partícipes en el trabajo.

Tendió entonces el albañil su llana a la anfitriona, la cual echó cal con ella bajo la piedra. Se exigió a varios que hicieran lo mismo, y la piedra fue pronto colocada; tras lo cual, también el martillo fue entregado en el acto a la anfitriona y a los restantes para que consagraran expresamente la unión de la piedra con el suelo mediante un triple golpe”.

Explica ahora Goethe el sentido de que estas piedras fundamentales sean también piedras conmemorativas:

“El trabajo del albañil (prosiguió el orador), si bien es verdad que en este caso se hace a cielo descubierto, se efectúa, sino siempre a escondidas, por lo menos para lo escondido. Los cimientos, ejecutados con regularidad, son cubiertos de tierra, y hasta en el caso de los muros que levantamos sobre el suelo, al final, apenas nadie se acuerda de nosotros. El trabajo del que talla la piedra y del escultor salta más a la vista, y hasta nosotros tenemos que dar por bueno que el blanqueador borre por completo la huella de nuestras manos y se apropie de nuestras manos cubriéndolas de yeso, bruñéndola y coloreándola. ¿Quién tendrá pues, que estar mejor dispuesto que el albañil para trabajar para su propia conciencia al hacer bien lo que hace? ¿Quién tiene más motivo que él para nutrir la satisfacción de sí mismo? Cuando la casa está acabada, aplanado y embaldosado el suelo, cubierta con adornos la parte exterior, aún sigue siempre él viendo el interior a través de todas esas envolturas y aún reconoce aquellas regulares y cuidadas juntas a las cuales tiene que agradecer todo el edificio, su existencia y su firmeza.. Pero así como aquél que ha cometido una mala acción tiene que temer que, a pesar de todas sus defensas, acabe, sin embargo, por salir a la luz, también aquel que ha hecho bien en secreto tiene que esperar que este salga a la luz del día, aún contra su voluntad. Por eso hacemos que estas piedras fundamentales sean también piedras conmemorativas.

Aquí, en estos huecos de diferente profundidad, deben ser introducidas diversas cosas, como testimonio destinado a una remota posteridad. Estos soldados cilindros de metal contienen escritos con noticias; en estas placas de metal han sido grabadas toda suerte de cosas memorables; en estos hermosos frascos de cristal vamos a echar del mejor vino añejo con expresión de su año de origen; no faltan monedas de diversas clases, acuñadas este año; todo esto lo hemos recibido de la liberalidad de nuestro propietario. Todavía queda aquí sitio, si cualquier huésped o espectador tuviera gusto en transmitir algo a la posteridad.

Después de una pequeña pausa, el obrero miró en torno a sí; pero como suele ocurrir en tales casos, nadie estaba preparado, todos quedaron sorprendidos, hasta que, por fin, un joven y alegre oficial comenzó y dijo:

-Si debo contribuir con algo que no haya sido aún depositado en este tesoro, tengo que arrancar un par de botones de mi uniforme, que muy bien merecen pasar también a la posteridad.

Dicho y hecho, y entonces tuvieron muchos la misma ocurrencia. Las damas no retrasaron en depositar sus peinetas; no fueron economizados frasquitos de olor y otros ornamentos (…). Tras esto, el anfitrión ordenó que la bien ajustada tapa fuera enseguida colocada y pegada.

El joven obrero, que se había mostrado de los más activos para hacerlo, volvió a tomar su aire de orador y prosiguió:

-Colocamos esta piedra para la eternidad, para la seguridad del más prolongado disfrute de los actuales y de los futuros poseedores de esta casa. Sólo que al enterrar aquí, por decirlo así, un tesoro; aun al hacer la más sólida de todas las obras, pensamos en la caducidad de las cosas humanas; pensamos en la posibilidad de que esta tapa, fuertemente sellada, pueda volver a ser removida, cosa que no es lícito que ocurra de otro modo sino cuando vuelva a ser destruido todo lo que todavía no hemos edificado. Pero a fin de que esto sea construido, retraigamos los pensamientos del porvenir, retraigámoslo al presente. Terminada la fiesta de hoy, aceleremos enseguida nuestro trabajo a fin de que no necesite holgar ninguno de los oficios que tienen que proseguir nuestra obra, a fin de que la construcción ascienda rápidamente hacia lo alto y sea terminada y desde las ventanas, que aún no existen, contemple con satisfacción la circundante comarca el señor de la casa con los suyos y sus huéspedes, por cuya salud, lo mismo que por la de todos los presentes, brindo ahora.

Y diciendo esto vació de un solo trago una bien tallada copa de cristal y la lanzó al aire, pues es signo de una desmesurada alegría destruir el vaso que se ha utilizado en la fiesta (…).

Para adelantar la construcción habían acabado ya totalmente los cimientos del ángulo opuesto, y hasta habían comenzado a levantar las paredes y construido para ello el andamiaje de toda la altura que era necesario.

Para esta ceremonia habían cubierto de tablas y habían dejado que subiera a él una porción de espectadores, en beneficio de los obreros (…).
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Fuentes:

- Manual práctico para la organización de eventos. Carlos Fuente Lafuente.

- Las afinidades electivas. Johann Wolfgang Goethe.